Un poco por casualidad y con muy poco tiempo decidimos hacer una escapada de dos o tres días y conocer las Arribes del Duero, que a causa del mal tiempo nos habían quedado pendientes en Semana Santa.
“La estrella de los vientos conducirá tus pasos, desde el Duero hasta las cumbres, por planicies, valles y montañas.
Hallaras tesoros artísticos desconocidos y exploraras parajes recónditos, capturando fragmentos de seducción.
Descubrirás mil mundos al alcance de tu mano, para degustar, el placer de lo natural.”
Asi describen en las guias tu viaje a las Arribes y he de decir, que es verdad.
Con algo de lluvia y frio salimos hacia la meseta donde no daban tan mal tiempo. Y así fue. El buen tiempo nos acompañó casi todo el viaje. Una vez pasado Burgos salió el sol y llegamos a la provincia de Zamora con un tiempo increíble para estas fechas.
Sin ningún sitio mirado para parar, nos acercamos a Toro y dijimos porque no aquí?
Y así lo hicimos.
Toro es una ciudad histórica y monumental. Su casco histórico acoge verdaderas joyas monumentales como la Colegiata de Santa María La Mayor, el Alcázar de la ciudad de Toro, el Monasterio del Santo Espíritu, la plaza de toros de madera construida en 1828, el puente del siglo XV e innumerables iglesias.

Muchos de estos edificios junto con las puertas de la muralla que se mantienen todavía en pie, principalmente la puerta del Mercado con la torre del reloj han sido declarados Bienes de Interés Cultural.

Pasear por sus calles mirando las casas solariegas y los innumerables palacios que nos envuelven es transportarse al pasado.
Pero la historia de Toro comienza mucho más atrás, el origen celtibero de la ciudad se constata con su preciado verraco, un toro de granito hallado allí y que hoy es el símbolo y origen del nombre de la ciudad.

Comimos en una de las muchas terrazas que había, porque aunque no había mucha gente, hacia un tiempo estupendo.

Con unas raciones de comida típica de la tierra nos dimos por comidos y nos pusimos otra vez en camino.
Salimos de Toro por los restos de la calzada románica divisando el estupendo puente de veintidós arcos, que tan importante fue en su momento para la ciudad.

Por entre viñedos y dehesas cruzamos la provincia de Zamora hasta su vecina Salamanca. Como ya era media tarde y tocaba estirar las piernas paramos en la bonita Ledesma, no teníamos prevista esta parada, pero al cruzar su bello puente sobre el rio Tormes, decidimos adentrarnos en el pueblo.

Y que buena idea fue, pues es un sitio plagado de encanto.
Se asienta sobre una inmensa mole granítica, con una estratégica situación. Su origen se cree que es prehistórico. La villa fue declarada conjunto histórico-artístico en 1975

En la oficina de información y turismo, situada en la plaza una chica muy amable nos explicó como recorrer la villa.

Hay una ruta bien marcada que pasa por los principales edificios.
Al ser lunes el centro de interpretación, en la Iglesia San Miguel, estaba cerrado, pero todo el mundo recomienda visitarlo si se puede.
Si vimos la Iglesia de Santa María la Mayor, joya del gótico, aunque de origen románico y con algún elemento renacentista.
Tiene también uno de los pocos cristos articulados que existen, merece la pena visitarla y la visita es la voluntad.

El paseo hasta el castillo y la muralla es una agradable experiencia, el silencio te acompaña por las bonitas calles de la villa.

Al marchar decidimos cruzar el estupendo puente romano porque aunque no está asfaltado se puede circular por él.

Todo, en el medio natural ledesmino se articula en torno al Tormes, que pasado este punto va cogiendo fuerza hasta llegar al embalse de la Almendra.

Con los dueños de la casa rural donde íbamos a alojarnos, habíamos quedado a las siete con lo que con el tiempo justo, entre fincas de encinas, alcornoques y rebollos llegamos a Vitigudino.
Habíamos elegido Vitigudino, entre otras cosas porque está situado estratégicamente para llegar con relativa facilidad a todo lo que queríamos visitar. Aunque el pueblo no es muy grande, la casa rural de Antonio está muy bien situada. Tiene dos plantas, con tres habitaciones y baño en cada una de ellas, salón y cocina comunes, pero al ser fechas raras, estábamos solos, con lo que mucho más cómodo, aunque no era nuestra idea pasar mucho tiempo en la casa.
Nos cambiamos y salimos a ver el pueblo, en el centro a veinte metros de la casa, esta todo lo que hay para ver: el convento de Santo Toribio de Liébana, la iglesia de San Nicolás de Bari y la ermita del Socorro.

Buscamos algo para cenar pero al ser lunes la mayor parte de los bares y restaurantes estaban cerrados, nos recomendaron cenar de tapas. Con la consumición y por un poco más te ponen una tapa que es algo más que un pincho y por cierto bastante ricas, como las pagas aunque sea a poco precio te puedes pedir varias con la misma consumición. Cenamos tan ricamente.
Pronto a la cama porque mañana íbamos a madrugar y allí ya no había nada que hacer.
Teníamos pensado hacer la ruta de los miradores, porque daba un tiempo espectacular, y después en Miranda do Douro hacer el paseo fluvial, pero aunque comenzamos bien, no fue posible realizar todo lo que habíamos pensado.
Salimos en dirección al embalse de la Almendra. Está construida en el rio Tormes y es la presa más alta y una de las más extensas de España.
Es una obra de ingeniería muy “ingeniosa” porque aunque la altura de la presa es de 202 metros con un sistema de galerías se consigue una altura de 410m.
Teniendo en cuenta que a mayor altura mayor producción hidroeléctrica y que las turbinas son reversibles, aprovechando la energía que por la noche no se consume es como la despensa del embalse de Aldeavila y de parte de nuestro país.
Dejando su importancia aparte es un sitio precioso, con el horizonte por acabar por un lado y por otro las Arribes del Tormes.


Nos dirigimos a Fermoselle. Bonita plaza, en la cual está la oficina de información y turismo, hoy cerrada. Así que con un plano que había en un cartel nos dirigimos calle arriba hacia el castillo.

La puerta estaba medio abierta, me dio miedo que estuviera cerrado, pero no era así, y la entrada gratuita, piden la voluntad para que el señor Pepe se encargue un poco del mantenimiento.
Los restos del castillo son eso: restos, porque además de ser destruido, según el señor Pepe, cuando Padilla, Bravo y Maldonado se refugiaron allí en su huida de la lucha contra Carlos I de España; después fue discoteca y eso tampoco ayudaría mucho a su conservación.

Dentro está el Mirador del Castillo desde donde se ve una de las curvas del Duero. No es el mirador más bonito.

Pero el pueblo merece un buen paseo, aunque todas sus calles son empinadas.

Subimos andando hasta el mirador del Toronjo, situado en la parte más alta de la villa, se ve la provincia salmantina, las tierras portuguesas y el pueblo.

Las vistas no son espectaculares pero el paseo por el pueblo hasta allí si lo es. Aprovechan las grandes moles graníticas para hacer las casas.

Hay innumerables bodegas, el pueblo parece un queso gruyere.
Esta declarado monumento histórico-artístico.

Pasamos olivares y viñedos. También campos con frutales, sobre todo cerezos. Hay aquí un microclima mediterráneo que hace posible todo este paisaje. La vegetación es la misma en la penillanura que en los bancales que van hasta el rio, aunque en la parte española se ven menos cultivos porque dada su situación cuesta mucho trabajarlos. En la parte portuguesa en algunos lugares los cultivos llegan hasta la orilla del rio, salvando fuertes pendientes.

Llegamos al embalse de Bemposta, este es ya portugués.

En su momento los españoles y portugueses se dividieron el aprovechamiento del rio y lo partieron en metros de altura. Los portugueses construyeron dos presas y los españoles tres más bajas, pero con el embalse de Almendra dan incluso más potencia que las de Portugal.
Nos encontramos con el lugar conocido como “Las dos Aguas”, denominado así por ser el punto de unión del Tormes y el Duero.
Ya en tierras portuguesas fuimos al mirador de Picote.
Hasta el momento las vistas más bonitas. El pueblo con el típico empedrado portugués, las casas de piedra, ni un alma por la calle y un tiempo fabuloso.

El mirador estaba en obras pero desde el lateral se tienen las mismas vistas.

Espectacular. No se puede decir más.

De allí un paseíto hasta Miranda do Douro.
El horario portugués es diferente al nuestro pero en todo.
La oficina de turismo cierra a las 12.30, justo cuando llegamos y lo único que me informo la chica, que ya se iba, es que los cruceros fluviales eran a alas 14h. Así que mientras hacíamos tiempo nos dimos una vuelta por el casco antiguo.
Lo primero que ves al cruzar de lo nuevo a lo antiguo son las ruinas del castillo, data del siglo XIII y lo que mejor se conserva es la alcazaba.

De entre todos los edificios destacar la catedral, es del siglo XVI y es uno de los templos más grandes de Portugal.

A pesar de sus muchas imágenes y retablos, algunos verdaderas obras maestras, lo más famoso y hoy símbolo identificativo de la ciudad es el niño Jesús del Sombrero de copa y su leyenda.
Es un niño vestido de caballero que se mandó esculpir a raíz de la invasión por los españoles y posterior guerra en la que los mirandeses se sublevaron con un niño que les encabezaba. Consiguieron liberar la ciudad y cuando finaliza la batalla no consiguieron encontrar al niño por lo que comienzan a creer que es un milagro: el niño Jesús aparecido con forma de caballero.
Justo al lado de la catedral se encuentran los restos de la muralla prerrománica y desde donde y como no, se tienen unas bonitas vistas del Duero.

Detrás las ruinas del Palacio Episcopal hoy convertido en una zona ajardinada donde pasear.

En nuestro recorrido hacia la zona nueva numerosas iglesias, calles empedradas y la bonita plaza de Joao III, con el ayuntamiento, el museo de la tierra y unas esculturas de dos mirandeses con sus trajes típicos.

Al otro lado en la zona nueva hay dos calles principales con infinidad de tiendas donde se vende lo típico, toallas, trapos de cocina, pijamas y café. Hoy en día se ve que las ventas ya no son lo que eran porque casi no se veía público.
Ya no nos daba tiempo a comer si queríamos llegar al crucero con lo que con un par de pinchos nos dimos por satisfechos, además habíamos almorzado bien.

Al llegar al barco la visita no empezaba hasta una hora después pero además, cuando abrieron las taquillas para ese primero no quedaban tickets, estaba todo lleno y hasta las 17h no había otro paseo.
Entre lo que dura el paseo y que estábamos en Portugal íbamos a llegar a casa de noche y por carreteras secundarias, además de perder toda la tarde esperando, así que decidimos pasar del crucero y seguir haciendo la ruta de los miradores ya en la parte española.
Después de volver a pasar el embalse de la Almendra, ahora en la otra dirección, nos dirigimos a Masueco, para visitar el Pozo de los Humos, que es una de las cascadas más bonitas de las Arribes.
Cuando llegas al final del pueblo hay marcados dos caminos uno para vehículos y otro a pie. Al principio ninguno tenía mala pinta, pero poco después nos encontramos con unas rodadas excavadas en el camino y un montón de piedras, aún así y con bastante respeto continuamos hacia abajo.

Cuando llegamos al final del camino para vehículos, nos quedaba un kilómetro para llegar abajo, yo estaba animada a seguir ya que habíamos conseguido llegar hasta allí, pero al poco de comenzar mi caminata me cruce con dos señoras que me dijeron que estaba seca, que no había más que un hilito de agua.
Mi gozo en un pozo! Nunca mejor dicho!
Para subir yo empecé andando para que le resultara más fácil a Juantxu pero este camino de vuelta estaba mejor.
Como el camino es estrecho hay dos rutas una de subida y otra de bajada para que no se encuentren los vehículos.
Hoy no nos salía nada bien!
Estábamos en Aldeavila y por tanto había que aprovechar para ver los dos miradores que allí hay: el Picón de Felipe y el Mirador del Fraile.
Solo vimos el del Fraile: unas vistas a la presa increíbles y la altura que allí tiene es impresionante.


Al otro había que ir un tramo por un camino y no nos animamos, luego supimos que el camino no estaba mal.
Por una bonita carretera alrededor de la presa fuimos hasta casa que ya se nos hacía tarde.

Salimos a cenar de picoteo al casino de Vitigudino, que es un bar normal, pero con unas tapas muy ricas. Picamos entre otras cosas un atún de almadraba de Bárbate y unas sardinas marinadas estupendas.

Al día siguiente íbamos a hacer una ruta mix de castros vetones y romanos, miradores y castillos e intentar a la tarde hacer el paseo fluvial pero en Aldeavila.
La primera parada era en Yecla de Yeltes para ver su castro, al llegar a la oficina de Turismo como ya nos ha pasado estos días cerrada, un plano indica por donde ir al castro pero sino preguntamos a un lugareño que además amablemente nos acompañó hasta allí, no lo encontramos.

Una vez en el castro, todo bien señalizado con paneles interpretativos sobre sus puertas, sus piedras hincadas, sus grabados.

Todos los castros de estos lares se asentaron en lugares con notables defensas naturales. A ellas se añadieron murallas y campos de piedras hincadas en las zonas más vulnerables para impedir el avance enemigo. Aquí la muralla que rodea al castro se conserva muy bien.


Ningún otro edificio se conserva en pie excepto una ermita pero es muy posterior al abandono del castro.

En algunos sillares y rocas se conservan grabados con escenas de caza y otros animales.

San Felices de los Gallegos, nuestra siguiente parada, está declarado conjunto histórico –artístico.
En el centro del pueblo una bonita plaza con los edificios más relevantes: el ayuntamiento, la iglesia de Nuestra Señora entre Dos Álamos y la casa del Mayorazgo.
Al fondo la Torre de las Campanas que da paso a lo que fue el antiguo pueblo y al castillo y sus murallas.

