31 MAYO La Visitación de la Virgen María; Nuestra Señora de Linarejos. Santos: Petronila, virgen; Cancio, Canciano, Cancianila, Crescenciano, Hermias, mártires; Pascasio, Gertrudis, Vidal, Gala, Alejandro, confesores; Silvio, obispo; Teodoro, monje.
31 de mayo La Visitación de María a Isabel«He aquí la esclava del Señor... Y mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo... y está en el sexto mes...» Lo cuenta el cronista san Lucas.
Lo que no refiere lo podemos imaginar. Prepara María el hatillo con algo de ropa y unas sandalias. Mete el velo que la protegerá del sol y del aire, pone algunas viandas y poco más. El artista también dejó volar su imaginación y pintó -piadoso- a san José acompañándola porque nunca quiso dejarla sola desde que la recibió en su casa; pero eso es intuición, no dato. Que se incorporara María a aquel grupo de personas andaderas del mismo camino y dirección también pudo ser, pero tampoco es dato.
En su recuerdo, tan vivo como actual, están fijas las palabras del impresionante personaje que la visitó: «También Isabel... » Tiene muchas ganas de llegar; motivos de premura no faltan: trasvasar la alegría de pariente a pariente, desbordar el propio gozo, compartir el misterio, servir. Son sólo cuatro o cinco días, pero qué largo se hace el camino. El relato es muy parco en noticias; no nos refiere aspectos sobre los lugares pisados, los modos de avituallamiento o de descanso.
El «shalón» de saludo acostumbrado entre los hebreos hoy tiene un tono distinto. Algo excepcional por lo misterioso conocido y lo grandioso oculto está presente en las dos primas cuando se abrazan y besan. Notan un no se sabe qué cosa ni el modo de explicarla; es como un correr apresurado de la sangre por todo el cuerpo, el nervio, el cariño acumulado, el afecto, la sorpresa... ¡la Gracia de Dios! Salta el niño en el seno de Isabel; es un brinco de expectación humana ante el Mesías que está llegando y del hecho santificador. La exclamación de alegría sale espontánea de santa Isabel: «¡Bendita tú... la Madre de mi Señor!». No es un hijo, sino El Hijo, a quien lleva, santificando ya antes de alumbrarlo.
Y expresa el historiador evangélico el más largo párrafo que se conoce de Santa María -siempre se entendieron Madre e Hijo sin largo parlamento; así pasó en Caná y en la Cruz: pocas palabras con contenido inabarcable y... no era escasez, sino plenitud-. Es el Magnificat que la Virgen canta:
«Engrandece mi alma al Señory mi espíritu se alegra en Dios mi salvadorporque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.Desplegó la fuerza de su brazo,dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.Derribó a los potentados de sus tronosy exaltó a los humildes.A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia-como había prometido a nuestros padres-en favor de Abrahám y de su linaje por los siglos».
Es canto de acción de gracias y de alabanza que expresa la razón del júbilo plasmado en lo humilde sin encogimiento ni ignorancia. Es la aceptación del poder de Dios que se expresa en misericordia y fidelidad para con los que ama, haciendo poderosamente ricos a los pobres y dando a los ricos el conocimiento de su vacía limitación.
Ciertamente, en la Visitación aparece santa María como Mediadora entre toda la humanidad y Dios; es el Modelo y en ella radica la Esperanza.
31 de mayo
Petronila, hija de san Pedro
(s. I)
A medida que el hagiógrafo avanza en la familiaridad con las Vitae Sanctorum y las Actas de los martirios de los santos comprueba, entre susto y fascinación, los esfuerzos de escritores anteriores -algunos lo hacen desde los albores de la historia cristiana- por pasar a la posteridad los modelos de fe y vida que ellos han visto o cuyas noticias han recibido oralmente, o quizá tuvieron entre sus manos documentación anterior que no ha sobrevivido al tiempo. Lo hicieron movidos por el cariño agradecido a los que supieron ser fieles y transmitieron el heroísmo de sus virtudes de la mejor manera que pudieron; con frecuencia estaban por la labor de dejar en el mejor papel posible al santo protagonista de su relato y por ello no es infrecuente notar añadiduras a la personalidad que relatan, aunque sea acumulando dones, milagros y hechos portentosos que demuestren más y más a quienes les escuchan o a sus posibles lectores la complacencia de Dios en sus santos. No fueron mentirosos; no intentaban hacer historia, o al menos, no se adaptaban al modelo de historia que hoy pide la crítica; incluso, en ocasiones, fueron poco respetuosos con ella. Porque lo que pretenden es animar a la fidelidad a Cristo al tiempo que ponen ante los ojos de los creyentes a alguien que le entregó la vida con la coherencia entre las obras y la fe. Las inexactitudes sólo son afecto y los anacronismos le interesan al autor lo que importa un sello de correos o una bufanda al caracol. No es su cometido la exactitud en los detalles propia del juez inquisidor; prefieren la llaneza de ensalzar las apoteosis del amor. Sólo con este principio es posible acercarse con alegría y temblor a la lectura de las Vidas y de las Actas para aprender de personas que triunfaron del egoísmo hasta el fin.
Posiblemente éste fuera el intento del autor anónimo que dejó por escrito la vida de santa Petronila llamada también con los nombres de Perina, Petronela y Pernela. La total carencia de datos da origen a la historia apócrifa claramente imaginativa que pondera excelsas virtudes -ésas que intenta poner como paradigma en la mente de los lectores- y que carga las tintas más sobre las bondades de las situaciones del entorno que sobre la misma realidad personal que lógicamente desconoce.
Pues bien; el tiempo es el siglo primero y el lugar de la narración, Roma; Petronila está presentada como hija de san Pedro. Su máximo anhelo es padecer por Jesús que tanto quiso padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor. Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre Pedro, si es verdad que sólo su sombra llegaba a curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud de los hijos?... Un día Pedro reúne a una gran multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama, recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no se restablecerá hasta después del martirio de Pedro.
No ha hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica Petronila todas sus energías a la oración y a la caridad. Parece un hada madrina que con vara mágica va solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad. Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que transmite de boca a boca la explosión de la caridad de Jesucristo patente en las obras de Petronila.
Pero hay más. Por todo lo relarado, no es extraño el enamoramiento del joven Flaco que se acerca con gran séquito de criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado el honor que le hace y pide suave y dulcemente tres días para reflexionar al término de los cuales debe Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.
Todo es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere romper la unidad del amor; sólo a Jesús quiere como Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula, dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus, le celebró la misa, le dio la Comunión y contempló cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor.
Las criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar.
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Poco le importaba al autor la diferencia de edades entre el joven enamorado y la madurez de Petronila, ni el que fuera hija de sangre de Pedro o sólo hija espiritual, si lo que quiso enseñar fue la ejemplar actitud de una mujer cristiana de los primeros tiempos que supo ser paciente en la enfermedad, que descubrió en sus padecimientos la ocasión de participar de los redentores de Jesucristo a quien amó por encima de todas las cosas y en cualquier situación, que por ello no descuidó la caridad con los demás, que ese estilo de vida tiene gran repercusión sobrenatural en el cuerpo social y que fue enterrada en el cementerio que había en el camino de Ardi, allí donde luego se construyó una iglesia con su nombre.