26 JUNIOSantos: Pelayo niño, Salvio, Superio, mártires; Juan, Pablo, hermanos; Antelmo, Virgilio, Rodolfo, Constantino, Marciano, obispos; Majencio, presbítero; Perseveranda, virgen; David, eremita; José María Escrivá de Balaguer, fundador.
26 de Junio
Pelayo, mártir (911- 925)
Su biógrafo dice que era tardo para la sonrisa; sin razón ninguna para no creerlo, aceptamos su testimonio y hasta puede ser que al final de la hagiografía terminemos por darle la razón.
Nacido en Galicia a orillas del Miño; solía jugar con los otros chicos en el pórtico de la episcopal de Tuy. Era sobrino del obispo Hermogio; por eso estudiaba gramática en la escuela junto a la catedral, donde se iba aprendiendo el salterio día a día; también en los días más solemnes se unía al canto mozárabe y actuaba como monaguillo en las funciones litúrgicas.
Pero aquello quedaba lejos. Ahora lo habían metido en la cárcel de Córdoba, donde los cuerpos de sus compañeros estaban sujetos con cadenas y grilletes; aquellos esclavos daban un hedor nauseabundo, pero a todo se acostumbra uno; un guardia con látigo iba a por ellos para llevarlos a sus tareas de arreglar jardines, limpiar mezquitas, atender los baños, arrimar tierra y amontonar ladrillos para las construcciones. Al regreso contaban que era inabarcable el trabajo que había en aquella ciudad enorme. ?A Pelayo le habían dicho que le llevaban a ver al tío, y no le mintieron del todo, porque vio a Hermogio que estaba en la prisión, ya enfermo y hecho un viejo. Lo habían apresado el año anterior en la batalla de Val de Junquera (920) y desde allí lo llevaron a Córdoba. Pelayo era su rescate porque, al no llegar el oro, más valía un joven que un viejo.
El niño pensó que aquella situación acabaría pronto; así se lo aseguró su tío, pero con lo enfermo que iba al pasar el Duero, nada más llegó a saberse del obispo. Es verdad que de vez en cuando venían oleadas de prisioneros nuevos; pero en los cuatro años que pasó en la prisión, cada día repetía al anterior y fijaba al de mañana. Pelayo tenía permitido estar en otras estancias mientras sacaban a los mayores para el trabajo diario; como no había alborotado, ni dado un problema, ni se había unido a ninguna insurrección, hasta se había ganado la confianza de sus guardianes; pasaba bastante tiempo leyendo códices a escondidas y por la noche preguntaba lo que o entendía a los clérigos presos. Aprendió a discutir con carceleros y con los dueños de las casas ricas donde lo pusieron a trabajar de día; supo atraer su simpatía y respeto. Aquel chico valía la promesa de dinero.
Comprendió la corrupción generalizada de Córdoba, que a la vez era fortaleza, poder, arte, libros, bullicio, mercado con una gran cantidad de gente que compraba y vendía, reía, vociferaba más que hablaba, estaba contenta, y con frecuencia escuchaba a poetas que solían cantar las gracias de los mancebos. Tuvo tiempo de ver la confusión moral generalizada del lugar donde vivían hacinados los trabajadores esclavos y los presos sometidos a condena, y allí mismo necesitó energía heroica para guardar su pureza. Por eso decía "Dios quiera que no me vea en apuros más terribles". Porque allí se enteró de que los altos cargos se compraban con la prostitución de las conciencias; sí, al renegar de la religión venían sin mucho esfuerzo las casas, los palacios con esclavos del mediterráneo o judíos comerciantes de Alemania o de Francia, oro y tierras. Era la política de Abderramán III, que los hacía instrumentos útiles y manejables al cambiar de religión y prestarle infames servicios.
El joven Pelayo no cedió cuando lo llamaron a prestarlos aunque lo llevaran con protocolo al fastuoso ambiente cortesano, donde había alfombras y tapices, vasos de plata, aromas exóticos y guardianes sudaneses. Iba todo bañado, limpio, elegantemente vestido y perfumado; así lo presentaron ante el emir Abderramán III, el Victorioso, hombre dominado por la sensualidad, aunque los historiadores lo alaben por su corazón bondadoso. Las promesas de honor, riqueza y poder si se hacía musulmán se quedaron pequeñas. Sus palabras: "Soy cristiano y lo seré. Tus riquezas no valen nada. No voy a renegar de Cristo que es mi Señor y el tuyo, aunque tú no lo quieras". Y "Atrás, perro, (echándose para atrás, cuando intentaba tocar su ropa aquel soberano) ¿crees que soy como esos jóvenes infames que te acompañan?". Y rezó: "Señor, líbrame de las manos de mis enemigos".
Una catapulta de guerra lo lanzó desde un patio del alcázar hasta la otra orilla del Guadalquivir; como aún vivía, un guardia negro le cortó la cabeza con la espada. Era el primer cuarto del siglo X.
Su cuerpo fue trasladado a León, y más tarde a Oviedo, donde se veneran actualmente sus reliquias en el monasterio de benedictinos que lleva su nombre.
Los gays no se inventaron en el siglo XXI. Ni los mártires. Ya ves, Pelayo, cuando tanto invertido de uno y otro sexo campea hoy gritando por sus derechos, tú te quedas en la Historia como ejemplo de los que mueren por no querer serlo.
26 de junio
Jose María Escrivá de Balaguer, fundador (1902-1975)
Nacido en Barbastro (Huesca) en 1902. Murió en Roma el 26 de junio de 1975. Hijo de José y de Dolores, que se habían casado en 1898 y que tuvieron seis hijos. En 1904 cayó gravemente enfermo y los médicos lo desahuciaron; su madre hizo la promesa (frecuente en las familias profundamente cristianas) de llevarlo en peregrinación a Nuestra Señora de Torreciudad donde se hallaba una ermita accesible sólo a pie o a lomos de mula y se veneraba la talla de la Virgen del siglo XI, para que lo salvara.
Estudió el bachillerato en Barbastro. A los dieciséis años (9 de enero de 1918) las huellas de un pie en la nieve que había dejado un madrugador carmelita descalzo, le hicieron ver que él tenía que hacer "algo" por Dios. Más tarde llamará "barruntos" a estos pensamientos persistentes. Dios pedía algo y él no sabía qué era. Rezó por años pidiendo luz. Decidió hacerse sacerdote diocesano para estar con plena disponibilidad al querer divino sólo intuido. Alternó los estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza con los de Filosofía y Teología en el seminario. Se ordenó sacerdote el 28 de marzo de 1925.
El 2 de octubre de 1928 fundó, por inspiración divina, en Madrid, el Opus Dei, que abre un nuevo camino de santificación en medio del mundo a través del trabajo profesional en el cumplimiento heroico de los deberes personales, familiares y sociales.
Se puso a trabajar con la clara intención de poner en marcha aquel proyecto del cielo consistente en mostrar a los cristianos de a pie, de la calle, que todos están llamados a la santidad; que no importa la situación económica, ni la edad, ni el trabajo, ni la situación familiar, política, o social. Allí donde estaba un cristiano, debía gestarse el santo. Valía para hombres y mujeres, solteros, casados, viudos y sacerdotes. ¡Qué más da! Y eso había que hacerlo siendo uno mismo santo; no era sólo un mensaje, era una llamada a vivir santamente y a transmitir con la vida propia la vocación universal a la santidad.
La misión encomendada era colosal, sólo limitada por la misma extensión del mundo y por sus millones de habitantes. Aquello sólo era posible con una profunda vida interior; hacía falta mucha oración y abundante mortificación, con la compañía de los más poderosos de la tierra: los enfermos de Madrid que pudieron gozar de su ministerio sacerdotal tanto en sus casas como en los hospitales, sin excluir los de incurables e infecciosos.
Como empezó a unírsele gente de toda clase y condición, fue viéndose necesario darle una estructura jurídica a aquél pequeño pero prometedor número de católicos convencidos de su vocación a transmitir a sus contemporáneos que Dios los quería santos "de altar" en medio de las ocupaciones normales y a través del trabajo profesional. No lo tuvo fácil. El desarrollo de la labor que Dios quería que hiciera no tenía camino jurídico dentro del organismo de la Iglesia. Era un proyecto universal eminentemente laical, y hasta entonces el derecho eclesiástico se limitaba en lo universal a la regulación de las familias clericales o de religiosos; sin embargo, la misión que Dios le encomendaba era la de promover entre la gente normal ,la que vive en medio del mundo y en la calle, la conciencia viva y práctica de estar llamados a la santidad por el hecho de ser bautizados, y, como consecuencia, comprometidos a publicar a todos sus hermanos en la fe que no sólo era posible sino necesario pelear en el sitio propio de cada uno por la fidelidad al Evangelio; una verdad que a pesar de ser tan vieja como el cristianismo, estaba oscurecida en la vida práctica del fiel y en la teórica de muchos eclesiásticos, porque el ejercicio heroico de las virtudes , todas, era considerado como algo elitista, propio y exclusivo de los religiosos y, si acaso, de algún clérigo.
Desarrolló una prodigiosa actividad , por más de cuarenta años, en medio de numerosas dificultades de todo tipo, donde no faltaron incomprensiones y calumnias; sufrió el recelo de personas , principalmente entre los eclesiásticos no habituados a ese modo claro, exigente y recto, que lo juzgaron muchas veces como malintencionado y en busca de inconfesables fines; sí, las celotipias de algunos religiosos conceptuaron poco menos que herética aquella novedad después proclamada con solemnidad por la Iglesia como algo perteneciente al genuino ser cristiano, o vieron en el dinamismo contagioso del Padre y de quienes le seguían unos rivales o competidores que venían a quitarles la clientela.
Su enamoramiento de Jesucristo en la Eucaristía, la filial devoción a la Virgen santísima y a san José, y la complicidad de los Ángeles hicieron posible que llevara con fe, alegría y buen humor esta "persecución de los buenos" como él la llamó. Su amor incondicional a la Iglesia le fortaleció en formidable fidelidad frente a los errores, y, en los últimos años de su vida, le hizo llorar como un niño por los males de quienes la maltrataban.
Hoy día el Opus Dei es una Prelatura Personal; consta de un prelado que, asistido por su presbiterio, pastorea a decenas de miles de fieles repartidos por los cinco continentes. Los hombres y mujeres de la Prelatura son de toda clase y condición; se esfuerzan para ser coherentes con la fe católica en las circunstancias personales en que cada uno está; el inalienable deber apostólico lo lleva a cabo cada uno a la práctica en su entorno, y la vinculación con la Prelatura se asienta por parte del fiel en el compromiso de vivir las virtudes cristianas según el carismático espíritu laical, y por parte de la Prelatura de prestar a sus fieles la atención espiritual personal y colectiva necesarias, con metodología peculiar, para cumplir sus fines sobrenaturales, siempre en perfecta comunión con la Jerarquía.
La Prelatura del Opus Dei está extendida por los cinco continentes y cientos de miles de fieles acuden a la intercesión del beato Josemaría, que dejó, además de sus libros La Abadesa de las Huelgas (estudio histórico-jurídico), Camino, Surco, Forja, Amigos de Dios, Es Cristo que pasa y numerosas Cartas, un millar de hijos suyos sacerdotes a su muerte, y... ¿sabes?, le gustaba bendecir las guitarras de los jóvenes.